domingo, 27 de abril de 2008

El Vaso


Había una vez un Rey y su reino.
Su majestad se había vuelto un poco más excéntrico desde que la reina había muerto. Sin embargo, siempre estuvo muy bien acompañado por sus asesores, que lo querían y respetaban, y que supieron conternerlo ante la gran pérdida incondicionalmente. Un buen día, al soberano se le ocurrió ofcializar una fiesta que ya tenía muchos años de vida en su pueblo. La fiesta mensual del jugo de naranja. Era lógico, el reino tenía grandes naranjales que rodeaban el castillo y de donde se obtenía para el comercio y el abastecimiento de, sino todos, muchos de quienes vivían felices en ese reino.
La originalidad del rey superó las expectativas, y anunció que cada familia debía donarle una jarra del jugo, que el almacenaría en un inmenso estanque, especialmente construído para ello. Sus asesores, que hasta el momento habían vivido en el castillo real, (a pedido del Rey, como compañía de confianza), decidieron que lo peor había pasado y que ya era tiempo de dejar al Rey en su castillo, por lo que cada uno comenzó con la construcción de una casa, cerca del castillo, por si algo llegaba a necesitar Su majestad. Durante la primer celebración oficial del día del jugo de naranja, el rey se dedicó a recibir con cordialidad a los lugareños y su donación, que los asesores debían inmediatamente verter en el estanque. Fue un gran evento.
Muy silenciosamente con el paso del tiempo, los asesores notaron que el estanque comenzó a amenazar con colmarse. Lo anunciaron al rey y éste hizo caso omiso de la advertencia; en contraposición anunció que el día del jugo de naranja sería una fiesta quincenal. Los asesores que tenían sus casas a medio construír, comentaron al rey que debía agrandarlo, y que creían que no los escuchaba como antes. El rey sonrió. Dos de los asesores decidieron terminar sus casas a la brevedad para abandonar el castillo, y así lo hicieron. El último de ellos en cambio, pensando que tal vez el rey estuviese con un recaída por la muerte de su esposa, decidió detener la construcción de su casa, y destinar esos materiales para levantar una pared que permitiera albergar más cantidad de jugo. Al poco tiempo el rey decretó que la donación debía ser semanal, sin importar el descontento de la gente. El asesor volvió a agrandar el estanque. Ya no lo hizo con gusto. pensaba que un gracias, o una colaboración del Rey, bastaría para calmar su ánimo, pero nunca llegó.
Cuando el jugo estaba desbordando el tantas veces reciclado estanque, el ahora alarmado Rey fue a buscar al asesor y con angustia le preguntó: "¿no me ayudarás ahora?... Yo que te he dado alojamiento tanto tiempo... y así me pagas... el asesor, tomo aire y dio media vuelta... decidió que a partir de ese momento primaría algo que siempre habia estado al último: ÉL. Con los oídos sordos a los gritos y llantos del indignado Rey, partió hacia su casa sin techo cuestionándose si lo que había hecho era correcto, pero con los hombros livianos porque fue así. Una sensación por lo menos rara.

1 comentario:

Hugo Hernández Martínez dijo...

Te felicito por haber logrado que visualizara el vaso. Cuando uno cuenta cosas fantasiosas el riesgo es grande; pero si se consigue el objetivo el sabor es mucho más dulce. Gracias, fueron exactamente un minuto y treinta y tres segundos de placer. (Aunque no me gustan las naranjas)